Se acerca la hora del instante crucial,
pero hay que decirlo bajito para que nadie se entere y así no tomen
conciencia de lo tremendo que está por caer.
El mundo es una barca de locos
arrastrada por la corriente del desvarío; pss... no se lo digan a
nadie, no sea que cojan cordura y no se estrellen contra las rocas.
No digáis, por lo que más queráis,
que vivimos sobre ascuas, que el mundo es una caldera a punto de
estallar donde no se salva nadie.
No digáis nunca la verdad, no sea que
le cojan gusto, no quieran escuchar más las noticias y se pongan a
pensar.
¡Ni pensarlo!.
Es la hora del silencio, de hablar muy
bajito entre nosotros, de decirnos unos a otros, con gran disimulo,
que todo anda bien; no vaya que se enteren de lo que está pasando y
uniéndose a nuestra cofradía se salven.
Nosotros no somos nadie para ir
contando las verdades que nos fueron transmitidas iniciáticamente
por la Jerarquia de los Nigromantes.
Nuestros cofrades tienen la obligación
de guardar perpetuo silenio y no andar diciendo las cosas que están
por venir en un instante.
Así que nuestra boca sea una tumba, el
fingimiento sea la costumbre y el disimulo nuestro mayor aliado.
Digamos que el mundo es una maravilla
donde todo está ordenado para el bien general y que no tienen
importancia esas cosillas que cuentan los mal pensantes.
Seamos unos perfectos hipócritas y
regodeémosnos por dentro de la ignorancia supina con la que la gente
opina sobre esto, aquello y lo demás allá.
Que más da, si la vida es un instante;
dejémoslos, en su beatífica inopia, que sigan viviendo en el goce
de sus juguetitos y que continúen discutiendo de partidos como el no
va más.
¡Qué más da!
Elevemos la copa de la mentira, en un
brindis diabólico, en honor de la verdad oficial y la corrección
pensante y que el tiempo de la falsedad siga adelante hasta el día
del Juicio Final.
Poesía y pintura: Pil
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