Julio Barato, antiguo caballero
paracaidista perseguía a los gatos por los tejados. Un día que los
tejados estaban escurridizos, vino a romperse la crisma sobre el
canto de la acera del dentista; como el dentista estaba durmiendo se
lo llevaron a los infiernos, pero como el diablo estaba muy ocupado
lo envolvieron en papel de plata y lo llevaron a un supermercado, donde lo compró muy barato una señora que iba toda contenta con
su carrito y su señorito con bigotito y un perrito de lanas, muy
bonito, que dejaron atado al poste del portalillo.
Estos locos por la necromanía
gastronómica, cocinaron al exparacaidista con chanfaina, perejil y
un par de huevos fritos y lo sirvieron en una merienda caníbal que
dieron para festejar la puesta de largo de una hija, buscada desde
antaño, y que había salido manicortuela y patilargüela, para más
señas.
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