Tiempo de miseria, tiempo de tiranos,
Tiempo de monopolios mundanos, Tiempo de multitudes teledirigidas
desde la trastienda de los supermercados.
La sangre está hirviendo, los nervios
están gritando, la mente esta zumbando en un avispero, los huesos se
están helando en medio de una estepa de hielo.
Caos y destrucción recorren las aceras
cogidos de la mano de Moloch sin amor, regando flores negras con mano
despiadada, sembrando miedo, terror, pánico y pavor en las macetas
que arden desde los balcones de tristes habitaciones.
Tendido en el lecho de la fragua, oigo,
desde el fuego que me cubre, gritar por la ventana las multitudes que
aún no tienen cama donde esperar yacientes la muerte que se avecina.
Yo quisiera daros una celda y un hábito
de penitente, más tengo prohibido severamente romper el rigor de mi
clausura en el pozo oscuro de la mente.
En la oscuridad de mi reclusión solo
una calavera me hace compañía; yo la baño cada día en agua
bendita y ella me cuenta secretos de ultratumba y me da la bendición
de la agonía.
La miseria nos enriquece, los Tiranos
nos liberan, los monopolios nos las ingenian, las multitudes nos
singularizan y los supermercados nos micromercantilizan. Todo está
ordenado para el provecho de unos pocos avispados. Los teledirigidos
sean teleconformados.
Los solitarios os están espiando desde
sus buhardillas metafísicas. Su tarea consiste en vigilar las
higueras y anotar cada gesto que se singularice bajo sus ramas, para
así ir compilando, con atención, el Libro de la Sabiduría y el
Libro de la Maldición.
Los mayores no me entendieron y los
jóvenes de ahora tampoco me entienden; mi vida se extiende al cabo
de dos desentendimientos que florecen como dos nadas vacías. Después
de todo, logré desentenderme de su desentendimiento y así vine a
saber que yo nada entendía ni cosa de mí sabía, lo cual me hacía
aparecer como culpable a causa de la ignorancia con relación a quien
puede decir Yo, cabalmente, ante el Alto Tribunal del Instante, en la
existencia del día a día.
Guardo en el cajón de mi mesilla de
noche, la foto en blanco y negro de un muchachito que mira
tristemente, más allá del objetivo que le apunta, sobre el espacio
vacío de lo indiferente, donde guarda las penas que no descansan ni
duermen. ¿Dónde dejé enterrado a este pobre chavalillo que me
seguía por las calles vacías, como el ciego a su perro cancerbero,
arrastrando dolientes zapatos baratos? ¿Dónde voló el ángel de su
resignación ante la tiranía diaria que le oprimía el corazón?
Acaso encuentre a ese muchachito al cabo de alguna estación o en
algún vagón de mercancías averiadas olvidado en vía muerta. Seria
el día más grande si así fuera y su ángel de mí se acordara y
llevara con sus alas al alma fuera del círculo infernal de las
mentiras que la tienen acorralada; sí así fuera seria grande.
Me voy yendo por los caminos desiertos
de la noche blanca. La luna llena, entre dos cipreses, me canta una
nana y en medio del encantamiento el muuu... de una lechuza que vuela
va diciendo todo lo que estoy queriendo que se diga. La noche
blanqueada es una maravilla donde los duendes danzan sobre el albor
plateado de los ojos, mientras el espejo de un palanganero, donde se
lavan los pecados, refleja la hora señalada que el corazón
presiente.
Los trenes van y vienen de ocultos
cementerios que se abren en la oscura garganta de la montaña. En la
traspuerta de la mesilla de noche los gatos juegan con la calavera
mientras el Sabio Gato Pio escruta el libro de los Muertos para ver
si me encuentra por algún lado perdido.
Greguerías y dibujo: Pil
No hay comentarios:
Publicar un comentario