martes, 23 de mayo de 2017

La lagartija chupatintas

Tiempo de miseria, tiempo de tiranos, Tiempo de monopolios mundanos, Tiempo de multitudes teledirigidas desde la trastienda de los supermercados.

La sangre está hirviendo, los nervios están gritando, la mente esta zumbando en un avispero, los huesos se están helando en medio de una estepa de hielo.

Caos y destrucción recorren las aceras cogidos de la mano de Moloch sin amor, regando flores negras con mano despiadada, sembrando miedo, terror, pánico y pavor en las macetas que arden desde los balcones de tristes habitaciones.

Tendido en el lecho de la fragua, oigo, desde el fuego que me cubre, gritar por la ventana las multitudes que aún no tienen cama donde esperar yacientes la muerte que se avecina.

Yo quisiera daros una celda y un hábito de penitente, más tengo prohibido severamente romper el rigor de mi clausura en el pozo oscuro de la mente.

En la oscuridad de mi reclusión solo una calavera me hace compañía; yo la baño cada día en agua bendita y ella me cuenta secretos de ultratumba y me da la bendición de la agonía.

La miseria nos enriquece, los Tiranos nos liberan, los monopolios nos las ingenian, las multitudes nos singularizan y los supermercados nos micromercantilizan. Todo está ordenado para el provecho de unos pocos avispados. Los teledirigidos sean teleconformados.

Los solitarios os están espiando desde sus buhardillas metafísicas. Su tarea consiste en vigilar las higueras y anotar cada gesto que se singularice bajo sus ramas, para así ir compilando, con atención, el Libro de la Sabiduría y el Libro de la Maldición.

Los mayores no me entendieron y los jóvenes de ahora tampoco me entienden; mi vida se extiende al cabo de dos desentendimientos que florecen como dos nadas vacías. Después de todo, logré desentenderme de su desentendimiento y así vine a saber que yo nada entendía ni cosa de mí sabía, lo cual me hacía aparecer como culpable a causa de la ignorancia con relación a quien puede decir Yo, cabalmente, ante el Alto Tribunal del Instante, en la existencia del día a día.

Guardo en el cajón de mi mesilla de noche, la foto en blanco y negro de un muchachito que mira tristemente, más allá del objetivo que le apunta, sobre el espacio vacío de lo indiferente, donde guarda las penas que no descansan ni duermen. ¿Dónde dejé enterrado a este pobre chavalillo que me seguía por las calles vacías, como el ciego a su perro cancerbero, arrastrando dolientes zapatos baratos? ¿Dónde voló el ángel de su resignación ante la tiranía diaria que le oprimía el corazón? Acaso encuentre a ese muchachito al cabo de alguna estación o en algún vagón de mercancías averiadas olvidado en vía muerta. Seria el día más grande si así fuera y su ángel de mí se acordara y llevara con sus alas al alma fuera del círculo infernal de las mentiras que la tienen acorralada; sí así fuera seria grande.

Me voy yendo por los caminos desiertos de la noche blanca. La luna llena, entre dos cipreses, me canta una nana y en medio del encantamiento el muuu... de una lechuza que vuela va diciendo todo lo que estoy queriendo que se diga. La noche blanqueada es una maravilla donde los duendes danzan sobre el albor plateado de los ojos, mientras el espejo de un palanganero, donde se lavan los pecados, refleja la hora señalada que el corazón presiente.


Los trenes van y vienen de ocultos cementerios que se abren en la oscura garganta de la montaña. En la traspuerta de la mesilla de noche los gatos juegan con la calavera mientras el Sabio Gato Pio escruta el libro de los Muertos para ver si me encuentra por algún lado perdido.


Greguerías y dibujo: Pil

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